El «caso Salazar» ha estallado en las últimas horas como un escándalo que pone en jaque la credibilidad del PSOE en materia de igualdad y lucha contra la violencia machista. Se trata de las denuncias por presunto acoso sexual y actitudes machistas presentadas hace seis meses por al menos dos afiliadas del partido contra Francisco «Paco» Salazar, un ex alto cargo de Moncloa y hombre de confianza de Pedro Sánchez. Lo que comenzó como un procedimiento interno se ha convertido en un símbolo de impunidad, con acusaciones de encubrimiento, desaparición de pruebas y una gestión lenta que ha indignado especialmente al ala feminista del PSOE.
En julio de 2024, dos mujeres del PSOE —una de ellas con cargo en la Secretaría de Igualdad— presentaron quejas en el canal interno antiacoso del partido. Describen episodios graves: exhibicionismo (como escenificar una felación en una reunión), humillaciones verbales constantes, comentarios sexistas y un abuso de poder sistemático por parte de Salazar, quien actuaba como «puente» entre Ferraz y Moncloa.
Estas denuncias llegaron justo antes de que Salazar fuera designado adjunto a la Secretaría de Organización en la ejecutiva federal, lo que forzó su renuncia y baja como militante.
El escándalo se agravó cuando se reveló que las denuncias «desaparecieron» temporalmente del sistema informático del PSOE, a pesar de ser un canal anónimo y seguro. Ferraz asegura que nunca se borraron y que la Comisión Antiacoso está investigando, pero el retraso —cinco meses sin avances— ha generado sospechas de protección deliberada. Fuentes internas hablan de un «veto férreo» a discutir el tema, e incluso de que la cúpula tildó las acusaciones de «complot» en julio.
Cercano a Sánchez desde las primarias contra Susana Díaz en 2017, Salazar operaba como consultor externo en Presidencia del Gobierno a través de una empresa compartida con Iván Redondo. Su influencia cruzaba Ferraz y Moncloa, lo que explica el «halo de impunidad» que denuncian sectores del partido. El Gobierno lo ha calificado de «vomitivo», pero críticos ven hipocresía: mientras se condenó el beso de Luis Rubiales como «conflicto de Estado», aquí primó el silencio.
La indignación ha explotado en el PSOE, especialmente entre las secretarias de Igualdad de las federaciones. Una reunión de urgencia telemática el 3 de diciembre en Ferraz —que se prolongó hasta la medianoche— terminó en fracaso: las participantes exigen romper la «protección» a Salazar y llevar el caso a la Fiscalía, ya que dejó de ser afiliado y hay indicios de delito.
El caso Salazar pertenece a esa categoría en la que los sucesos funcionan como espejo, como síntoma y como grieta. Nada de lo que ha ocurrido se explica sin comprender el entramado interno que permitió que durante años un dirigente pudiera acosar, degradar y humillar a mujeres en su entorno sin que la cúpula del partido moviera un dedo.
El PSOE lleva décadas construyendo una identidad pública asentada en el feminismo, la igualdad y la defensa de las mujeres en el espacio político. Esa identidad, que ha sido históricamente una de sus mejores cartas de presentación, queda hoy profundamente cuestionada por un hecho simple y a la vez devastador: el partido protegió al acosador antes que a las víctimas. Y lo protegió durante demasiado tiempo, con demasiadas señales y con demasiada indiferencia.
El escándalo es grave, pero lo verdaderamente intolerable es lo que el partido ya sabía y no quiso abordar. Porque en política no hay peor silencio que el silencio estructural, ese que se fabrica en los despachos con un gesto de “no conviene remover eso”, con la mirada que se aparta, con la frase templada que intenta evitar problemas: “No abras un frente interno”, “No es el momento”, “Ya se verá”. Esa es la gramática del encubrimiento.
El poder como escudo
Salazar no era un dirigente marginal. Era parte del grupo de confianza del presidente, parte del entorno próximo al núcleo duro de la dirección socialista. Y en el PSOE sanchista –como en todos los partidos altamente presidencialistas– la lealtad hacia el líder se ha convertido en una forma de inmunidad política.
Quien sostiene al jefe, quien ayuda a mantener el equilibrio interno, quien sirve de enlace para los movimientos tácticos, goza de un blindaje que solo cae cuando el coste político es demasiado grande como para seguir sosteniéndolo. No se trata de una teoría: es lo que ha ocurrido. Durante meses, incluso años, diversas voces alertaron sobre el comportamiento de Salazar. Se restó importancia. Se pidió paciencia. Se evitó actuar.
El partido, que en público se presentaba como vanguardia feminista, practicó en privado la vieja cultura del poder que lo perdona todo si la pieza encaja dentro de la maquinaria interna.
La humillación como forma de autoridad
Lo que ha trascendido del caso no es solo que hubiera comentarios obscenos, insinuaciones o presiones impropias. Es mucho más grave: era un estilo de mando basado en la intimidación, la manipulación emocional y la degradación de las mujeres que trabajaban a su alrededor. Un patrón repetido, sostenido, prácticamente institucionalizado en el microclima del dirigente.
Las mujeres que lo denunciaron internamente no solo tuvieron que soportar la humillación: sufrieron también el abandono de su propio partido. No hubo apoyo. No hubo escucha. No hubo protección, sino silencio, miedo y cálculo político.
Nada destruye más rápido la credibilidad de un partido que predica igualdad que ver cómo tolera comportamientos que jamás permitiría en la oposición o en la tribuna parlamentaria.
Feminismo oficial, machismo interno
El PSOE ha sido uno de los principales impulsores de las políticas de igualdad en España. Es un hecho objetivo. Pero la incoherencia mata el prestigio político más que cualquier adversario.
No puedes ondear la bandera del feminismo mientras en tus estructuras internas permites que un dirigente pueda tratar a las mujeres como un instrumento, como un objeto o como una diana de su abuso de poder.
No puedes presentarte como garante de los derechos de las mujeres mientras guardas silencio ante quien las degrada dentro de tu propia casa.
No puedes hablar en nombre de las víctimas mientras tapas a su verdugo por conveniencia organizativa.
El caso Salazar golpea de lleno la imagen feminista del PSOE porque demuestra algo muy simple: el discurso no sirve de nada si la práctica interna opera en sentido contrario.
Responsabilidades necesarias
El PSOE debe actuar ya, y de forma creíble. No basta con cortar la cabeza cuando el caso es innegable. Es imprescindible:
- una investigación interna con independencia real,
- un protocolo blindado contra las presiones políticas,
- una depuración de responsabilidades por acción y por omisión,
- una revisión completa de la cultura organizativa del partido,
- y una reparación efectiva para todas las mujeres afectadas.
La política exige ejemplaridad. La política exige protección. La política exige coherencia. Nada de eso ha ocurrido aquí.



















