Imágenes cedidas por José Salmerón Casanova @salmeron_uwphotography
Como buceador recreativo y apasionado del mundo subacuático, siempre he creído que la Costa Blanca es mucho más que sus playas de arena fina, sus calas escondidas y su clima privilegiado. Bajo sus aguas se esconde un universo vibrante de vida, historia y paisajes marinos que, en mi humilde opinión, merecen ser conocidos y preservados.
Con más de 200 kilómetros de línea de costa, la provincia de Alicante se ha convertido en un destino de referencia para quienes amamos el buceo. Sus aguas, habitualmente transparentes y templadas, permiten sumergirse prácticamente durante todo el año, algo que pocos lugares del Mediterráneo pueden ofrecer. Además, la biodiversidad es sencillamente espectacular: desde meros, doradas y salpas, hasta pulpos, sepias, morenas, estrellas de mar o cangrejos ermitaños. Sin olvidar las praderas de posidonia oceánica, una planta marina endémica que produce oxígeno, protege nuestras playas y sirve de refugio a multitud de especies.
Elegir solo unos pocos puntos de inmersión cerca de la capital alicantina es casi injusto, pero hay enclaves que, por su belleza y riqueza, son visita obligada para cualquier buceador.

La Isla de Benidorm, parte del Parque Natural de la Sierra Helada (2005), es uno de ellos. Sus aguas cristalinas, paredes verticales, cuevas y desniveles hacen que cada inmersión sea distinta y sorprendente. Lugares como La Llosa 1 y 2, Los Arcos o Punta Garbí son auténticos espectáculos de vida y color bajo el mar, sorprendiendo al buceador a pesar de la presión que soporta el entorno de cientos de embarcaciones a lo largo del año.
Otra joya imprescindible es la Reserva Marina de la Isla de Tabarca, la primera declarada como tal en España (1986). Aquí, la claridad del agua y la abundancia de especies hacen que bucear sea como sumergirse en un verdadero acuario natural. Sus praderas de posidonia, sus arcos y sus formaciones rocosas como La Nao, La Llosa, La Galera o Escull Negre son un recordatorio de la importancia de proteger nuestros mares.

Por su parte, en Altea y Calpe el protagonista indiscutible es el Peñón de Ifach. Bucear en la Cala El Racó o explorar pequeñas cuevas y pasadizos en la zona es una experiencia única, donde es posible encontrarse con morenas, langostas, obladas o espetones. Sitios como La Cueva del Elefante, La Del Enano o La Catedral ofrecen paisajes submarinos que quitan el aliento.
Por último, no podemos dejar de mencionar la zona Norte de la provincia, concretamente Jávea, con sus costas salpicadas de calas rocosas y acantilados que le confieren un atractivo único. Infinidad de puntos de inmersión lo atestiguan, como el Scull de San Pedro o Bergantin, la Bahía del Portichol con su ruta subacuática de anclas históricas o descubrir la Reserva Marina del Cabo de San Antonio (1993), por citar algunos de ellos…

Para mí, bucear en la Costa Blanca no es solo una actividad deportiva y recreativa, es una forma de conectar con un ecosistema fascinante y frágil. Cada inmersión es una invitación a valorar lo que tenemos y a asumir la responsabilidad de cuidarlo.
Por eso, si todavía no habéis tenido la oportunidad de descubrir estos fondos marinos, os animo a que os pongáis el traje de neopreno, las aletas, ajustar la máscara, que comprobéis vuestra botella, jacket y regulador y que os dejéis envolver por el silencio y la belleza que solo el mar puede ofrecer. Estoy seguro que, como me ocurrió a mí, volveréis a la superficie con el corazón lleno y con ganas de repetir.

Bucear en la Costa Blanca es, sin duda, bucear en un paraíso mediterráneo.