Confesiones propias

Hoy quiero contarles algo muy personal que ha sido muy duro para mí, pero siento que necesito compartirlo con ustedes. No soy un escritor, solo soy una persona como ustedes, que ha encontrado en el periodismo una forma de expresarse.

Desde que era muy joven, mi vida ha sido cuidar a mis padres. Mis hermanas se fueron de casa y yo me quedé con ellos. Tuve que dejar mis estudios y, más tarde, a mi pareja, para poder dedicarme por completo a su cuidado, ya que ninguno de los dos sabía leer ni escribir. Mi madre era mi apoyo, mi confidente, la única persona a la que le contaba mis miedos y tristezas.

Mi padre era un hombre muy difícil, un alcohólico que en sus peores momentos me maltrataba. Su violencia me dejó heridas muy profundas, por eso no soporto el alcohol y me duele tanto cuando me acusan de ser maltratador, porque yo sé lo que es el dolor de ser la víctima.

Pero el dolor más grande de todos fue cuando perdí a mi madre. Ella tenía Alzheimer y un día, por un despiste mío, la puerta de la casa quedó mal cerrada y se escapó. Yo estaba trabajando y, aunque pensaba ir a verla, ese día no pude. Lo que pasó después me dolerá para siempre: tuvo un accidente, se cayó y se ahogó. Aún hoy me culpo por lo que pasó.

Todo se hizo más doloroso porque, poco antes de su muerte, mi madre le dijo a la familia que a mí me dejaría la herencia. Por esas palabras, mi familia me dio la espalda. Nos peleamos y desde ese día no nos hablamos. Me quedé solo, sin mi madre y sin la familia que me queda.

El dolor por su pérdida era tan grande que me sentí completamente destrozado. Por suerte, una ONG me ayudó a superarlo. Me enseñaron que, a pesar de la pena, podía encontrar un sentido a mi vida. Gracias a ellos, mi vida tomó otro rumbo. Empecé a trabajar como voluntario para ayudar a otras personas que están pasando por lo mismo. Mi pasión por ayudar a las ONG nació de la necesidad de devolver un poco de lo mucho que me dieron. Es mi forma de honrar a mi madre y de encontrarle un sentido a todo lo que he vivido.

Esta es una parte de mi historia, un pedazo de mi vida que duele, pero que también me ha hecho más fuerte. Este año ha sido especialmente difícil; ha sido otro cumpleaños que no pude celebrar con mi madre, a la que sigo extrañando con toda mi alma. Además, me han dado la noticia de que sufro de anemia y depresión, y que estoy perdiendo la vista. Todo esto se suma al dolor de no tener a mi madre, mi único apoyo, para contárselo.

Gracias por leerme y por escucharme.

Un abrazo,

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Tags: Opinión

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