25 de noviembre: el día que partió a España en dos, o más

El pasado martes 25 de noviembre, España volvió a repetir su ritual anual: minutos de silencio, lazos morados por todas partes, discursos perfectamente medidos y la misma liturgia institucional que llevamos escuchando veinte años. Sin embargo, este año ocurrió algo distinto, algo que a muchos nos devolvió una chispa de esperanza: por primera vez, el feminismo radical, el malo, el dañino, el vociferante, el que vive del odio y de la subvención, mostró señales claras de estar agonizando. Entre las dos manifestaciones que convocaron no consiguieron reunir ni a 1.000 personas. Ni con megáfonos, ni con autobuses pagados, ni con la cobertura mediática financiada con dinero público. Una cifra ridícula si la comparamos con la marcha que ANAVID organizó apenas tres días antes y que, sin un solo céntimo de subvención, reunió a miles de personas. Eso ya dice mucho.

Tuve la oportunidad de participar en varios actos a los que fui invitado, en mi condición de escritor y divulgador de esta temática y en todos ellos pude observar lo mismo. El feminismo radical está tan obcecado en su ideología política, que es en lo que ha convertido el dolor de las personas maltratadas, que ya ni entre ellas mismas se han puesto de acuerdo para marchar. Y se han dividido en dos manifestaciones independientes, que yo definiría como las de las súper radicales y la de las mega radicales. No vi ninguna pancarta pidiendo más medios para la investigación del cáncer de mama. No vi ninguna pancarta pidiendo más medios para agilizar los procesos de asignación de puntos de encuentro. No vi a nadie que expresara su indignación por la falta de medios para la investigación del ELA. Solo vi a un montón de mujeres llenas de odios, rencores y hostilidades hacia el enemigo terrorista común: el hombre. Doy por hecho que estas mujeres también asumen que sus hermanos, sus padres y sus amigos son todos violadores en potencia y maltratadores de manual, como nos quieren hacer ver al resto de hombres con su discurso polarizado.

Yo estuve allí, en ambas marchas. Y puedo asegurarlo: no se parecían en nada. En las del martes vi caras tensas, consignas agresivas, himnos de odio hacia la mitad de la población y un desfile interminable de políticos oportunistas buscando la foto más rentable. También vi cámaras, muchas cámaras, todas perfectamente colocadas, todas listas para capturar el instante más incendiario, el grito más útil, la frase que luego repetirán en los telediarios como si fuera el latido del país.

En la marcha de ANAVID, en cambio, lo que vi fue completamente distinto: abuelas con bastón y lágrimas en los ojos, mujeres con gafas oscuras intentando ocultar noches enteras llorando por un hijo o un hermano detenido injustamente, hombres destrozados por procesos judiciales interminables, familias rotas pidiendo auxilio sin odio y sin consignas. Y también vi algo que este país ya casi ha olvidado: verdad. Verdadera igualdad, verdadera sed de justicia y dolor verdadero. Allí no había focos, ni tantas cámaras, ni consignas para Twitter. Y curiosamente, tampoco vi tantos medios de comunicación. No interesaba.

Mientras tanto, el feminismo radical celebraba su división ideológica como si fuera un triunfo intelectual. Una manifestación era abolicionista y la otra no. Una gritaba contra la prostitución y la otra la defendía. Ambas estaban enfrentadas incluso entre sí, aunque compartían el mismo aire de superioridad moral y el mismo desprecio hacia cualquier opinión que no fuera la suya. Y a modo de banda sonora colectiva, escuchamos repetidas veces, y con una afinación que haría llorar a un técnico de Sonido, el maravilloso cántico: “Vamos a quemar la Conferencia Episcopal”. Qué bonita suena la libertad cuando la cantan quienes creen tener el monopolio del bien.

Por si todo esto fuera poco, la ministra Ana Redondo compareció ante los medios para coronar el esperpento. No habló ni un segundo de las víctimas. Ni una sola palabra hacia las mujeres maltratadas, ni un gesto hacia los menores, ni un compromiso real con la igualdad. Nada. Solo ataques a PP y a VOX. Solo política, solo ideología, solo sillones. Ni en el día de las víctimas supo, ni quiso, hablar de las víctimas. Esa es la realidad.

Y, como guinda del absurdo, el mismo día Íñigo Errejón recurría una sentencia por abuso sexual. El mismo hombre que repite que “las denuncias falsas no existen”, recurriendo “como si existieran”. Y 3 días antes de que el juez del Tribunal supremo, enviara a Ábalos y Koldo a prisión. La ironía es tan perfecta que ni el mejor guionista la habría escrito.

Tres días antes, como ya he dicho, la marcha de ANAVID mostraba otra España. Una que no sale en los telediarios, una que no recibe subvenciones, una que no tiene asesores redactando el eslogan del año. Allí encontré personas que pedían igualdad sin odio, justicia sin ideología y protección sin necesidad de destruir al sexo contrario. Personas reales con vidas reales y dramas reales. La distancia entre esa marcha y las del 25N no solo era de número: era de alma.

Y mientras unos gritaban contra el patriarcado con el lacito bien colocado, a mí me cancelaban una presentación literaria en uno de los ayuntamientos del noroeste de la Comunidad de Madrid. Todo previsto, todo acordado con meses de antelación, todo organizado… hasta que alguien decidió que mi discurso no era adecuado para su foto institucional. Me dijeron que era porque ya había presentado la novela “en otro edificio municipal”. Una excusa tan absurda que solo podía esconder lo evidente: no encajo en su relato, no sigo su línea ideológica y, para colmo, no pienso ponerme el lacito. Ya lo he dicho, no necesitamos adornos para entender la igualdad.

No voy a revelar de qué ayuntamiento se trata, hasta que me reúna con el alcalde, que lo haré en breve, pero lo cierto es que no me creo que la verdadera razón sea esa. Sino que mi discurso no sigue las directrices ideológicas que convienen a la agenda progresista y, por tanto, aunque mi novela hable de una mujer maltratada a manos de su pareja, yo dejo de encajar, no quedo agradable y desentono en la foto. Además de que bajo ningún concepto me voy a poner el dichoso lacito. Los apoyos institucionales llegan hasta que dejas de hablar de ideología y empiezas a exigir soluciones y datos reales. Las buenas caras se quedan en suspenso cuando aportas datos que no son consignas, sino hachazos al corazón del negocio que hay en torno al maltrato de la mujer.

Varias personas me dicen últimamente que soy más feminista de lo que pensaba, porque luchar por la igualdad auténtica sin cobrar un céntimo, sin subvención, sin medalla y sin lacito, es hacer más por las mujeres que todas las ministras de Igualdad juntas en veinte años. Puede que tengan razón. Lo que tengo claro es que luchar contra un sistema que convierte el dolor en propaganda y a las víctimas en una herramienta política es hoy un acto de higiene moral.

Ahora que ya ha pasado el 25N, toca lo de siempre: guardar el lazo hasta el año que viene, preparar el siguiente minuto de silencio perfectamente televisado, decidir cuál será el nuevo eslogan de moda y seguir buscando cómo justificar, o ignorar la muerte del próximo hombre o del próximo niño que no entren en la estadística oficial. Porque no venden. Porque no interesan. Porque no son útiles.

La violencia no es un negocio. La ideología, sí. Y mientras sigamos permitiendo que la ideología gobierne la justicia, seguiremos repitiendo este teatro cada noviembre.

¿Tú de qué eres? ¿De dato… o de relato?

Juan Carlos Camacho García

Colaborador de «El Consistorio»

Empresario y escritor con una trayectoria marcada por el liderazgo, la adaptabilidad y el compromiso social. Desde los 17 años intervino en el mundo empresarial, dirigiendo equipos de ventas, guiando empresas en crisis y asumiendo responsabilidades ejecutivas, complementando esa experiencia con estudios en Ingeniería Industrial.
Autor de *Relatos de un Maltratador*, obra que surgió desde la vivencia, la reflexión y la voluntad de transformar experiencias emocionales en un discurso literario que conmueva y active. La primera edición se agotó en menos de tres meses, y posteriormente fue ampliada y revisada para profundizar personajes y estilo.
Actualmente compagina su labor empresarial con iniciativas de divulgación literaria y social. Canta como tenor en un coro lírico y convive además de con su familia, con dos gatos esfinge, Coco y Draco, quienes son testigos silenciosos de sus procesos creativos.
Vida personal: casado en segundas nupcias y padre de dos hijas de 14 y 18 años.

Tags: El Atril de Juan Carlos Camacho García

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