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Fachosfera frente a Progresía: El ruido que sustituye a la Política

En la España actual, donde los titulares se consumen como ráfagas y la reflexión es un lujo, se libra una batalla simbólica que no busca el entendimiento, sino la demolición del contrario. Es la guerra entre la fachosfera y la progresía, dos mundos que se alimentan mutuamente y que, a fuerza de gritar, han conseguido silenciar la conversación pública.

 

 

La fachosfera es el ecosistema mediático y digital de la derecha dura, una red de influencers, opinadores, tertulianos y agitadores que construyen su discurso en torno al rechazo de todo lo que huela a progresismo. Se presentan como los guardianes del sentido común, de la patria y de la libertad frente al “pensamiento único” de la izquierda. En sus mensajes predomina la nostalgia, el sarcasmo y la apelación emocional al orden, la autoridad y la identidad nacional. Su estrategia es clara: convertir la indignación en capital político.

En el extremo opuesto habita la progresía, una izquierda que ha sustituido en buena medida el debate por el dogma moral. Reclama la defensa de causas justas —la igualdad de género, el medio ambiente, los derechos de las minorías— pero lo hace desde un lenguaje tecnocrático y autorreferencial que muchos ciudadanos no comprenden ni sienten suyo. Su mayor error es la superioridad moral: la creencia de que tener razón exime de la necesidad de convencer.

Ambas esferas comparten más de lo que creen. Se retroalimentan. Cada una necesita la caricatura de la otra para justificar su existencia. La facha sin progre pierde el enemigo que le da vida, y el progre sin facha no tiene villano que le confirme su pureza ideológica. En ese juego binario, el pensamiento crítico queda marginado, los matices desaparecen y la política se convierte en espectáculo.

El resultado es una España sin conversación, donde la opinión pública se fragmenta en ecosistemas cerrados. Las redes sociales amplifican la trinchera: memes, insultos y consignas reemplazan los argumentos. El ciudadano medio, ajeno a esa guerra de etiquetas, asiste cansado al espectáculo de un país que parece incapaz de escucharse.

En el fondo, la pugna entre la fachosfera y la progrería revela la misma enfermedad: la sustitución de la política por la identidad emocional, el razonamiento por la consigna y la responsabilidad por el postureo. España no necesita más bandos, sino más razones; no más gritos, sino más diálogo.

Mientras tanto, los problemas reales —la precariedad, la vivienda, la educación o la despoblación— siguen esperando turno en la cola de una agenda pública secuestrada por el ruido.

 

 

 

 

Juan Andrés Buedo

Doctor en Ciencias Políticas y Sociología
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Tags: Opinión

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