Durante demasiado tiempo hemos dedicado esfuerzos a denunciar, con datos reales, que España ha estado históricamente mal gobernada. Y lo peor es que, a día de hoy, seguimos atrapados en la misma dinámica: gobiernos que se suceden sin cambiar el fondo de las cosas.
Pero lo verdaderamente inquietante es preguntarse hacia dónde se dirigen los partidos políticos españoles y, sobre todo por qué.
EMPECEMOS POR EL “POR QUÉ”.
Los actuales políticos —y buena parte de los anteriores— no han llegado al poder por mérito propio ni por su capacidad de gestión, sino por su lealtad a las estructuras partidistas, por mantener los intereses del partido por encima del bien común, o simplemente por devolver favores y mantener amistades.
No exagero: hemos tenido, y todavía tenemos, ministros y altos cargos que jamás han trabajado fuera del ámbito político, personas sin experiencia real en el mundo laboral ni empresarial, y que sin embargo gestionan presupuestos multimillonarios del Estado. ¿Cómo pueden administrar el dinero público quienes nunca han tenido que ganarlo?
Y así se explica por qué la política española va en la dirección equivocada.
Los dirigentes actuales viven pendientes de conservar su cuota de poder, aplicando medidas de maquillaje que no resuelven los problemas de fondo. Presumen de haber hecho más que el gobierno anterior, lo cual puede ser cierto… pero solo porque los anteriores tampoco hicieron nada útil para la ciudadanía.
¿Y NOS PREGUNTAMOS, DONDE NOS LLEVA TODO ESO?
El populismo se ha convertido en la brújula de todos. Prometen soluciones mágicas a una población cansada y desesperada: empleo, seguridad, vivienda y bienestar para todos. Pero ninguno habla de esfuerzo, formación o sacrificio.
Así surgen los “salvadores de la patria”, personajes —y hasta regiones enteras— que viven a costa del resto y aseguran que votándolos todo cambiará para mejor, que el país se transformará casi sin esfuerzo.
Y, para reforzar su discurso, señalan como enemigos a quienes defienden una gestión profesional, racional y honesta de los recursos públicos.
No hace falta disimular: hablamos de la extrema derecha y de los oportunistas que, viendo el río revuelto, se unen a los más vociferantes con tal de asegurarse un puesto y seguir exprimiendo la “teta” pública.
En Europa ya se observa el mismo fenómeno: Francia, Alemania e Italia han visto crecer a la extrema derecha bajo el pretexto de “salvar la nación”. Pero olvidan que ya lo intentaron en el siglo pasado… y el resultado fue el terror, la destrucción y una guerra mundial.
Nada positivo dejó aquel experimento, y sin embargo España parece encaminarse al mismo abismo, movida por el desánimo, la frustración y la desesperanza colectiva.
CREEMOS QUE TENEMOS UN FUTURO POSIBLE
Mientras tanto, los partidos progresistas carecen de rumbo claro, los independentistas viven en la utopía, la izquierda radical añora el marxismo y los exfranquistas sueñan con resucitar la “Una, Grande y Libre”.
Ante ese panorama, la única salida real es recuperar el sentido común y la dignidad política.
España solo podrá avanzar si el ciudadano aprende a distinguir entre los que buscan poder y los que ofrecen compromiso, eficacia y honestidad.
Necesitamos gestores competentes, no profesionales del politiqueo. Personas que entiendan que el político es servidor del pueblo, y no su amo.
Solo así podremos garantizar un futuro digno para nuestros hijos y nietos, y devolver la soberanía a quien verdaderamente pertenece: al pueblo.
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