Después de vivir toda una vida con la intensidad que cada cual ha querido imprimir a su existencia, tal vez fruto de las circunstancias, lo que la sociedad les permitió, o lo que el destino les deparó, resulta gratificante revisar todo lo que nos ha sucedido para llegar a saber por qué somos lo que somos…
Los que hemos tenido la inmensa fortuna de vivir una larga vida ahora nos entretenemos en quejarnos por nuestra «presumible efímera y delicada existencia», y es que siempre es demasiado pronto para morir, aunque de labios para afuera digamos entre lamentos lo ingrata que ha sido la vida con nosotros.
Durante décadas fuimos consumiendo infancias, adolescencias, juventudes… y finalmente senectudes, las más de las veces exhibiendo nuestro peculiar carácter, bronco a veces, controvertido y contradictorio en ocasiones y también, las más, dulce y apacible.
Eso sí, siempre con el gratificante y engañoso espejismo de ver un inmenso número de presuntos amigos a nuestro alrededor, otras con la impuesta soledad proporcionada por aquellos que fueron llamados de manera tan precipitada y otras, como resultado de una gran decepción que nos sumió en un profundo estado de melancolía.
Todo visto a través de un sorprendente caleidoscopio encargado de hacernos ver imágenes fruto de un simple efecto óptico tan bellas como engañosas.
A través de los años nos hemos ido relacionando con centenares de personas que han sido con quiénes hemos ido diseñando, conformando y modulando una vida plena de afectos, aciertos, salpicada de fracasos y desengaños.
Y es en estos momentos cuándo podemos contemplar con absoluta claridad nuestra obra, ahora con la distancia necesaria para mirar todo con cierta perspectiva…
Y no hemos obtenido un mal resultado…
De todas aquellas personas que estuvieron acompañándonos,
muchas nos dejaron huellas de diversa consideración, otras, cicatrices, la mayoría superficiales, otras muy profundas, que nos acompañarán en nuestros más amargos recuerdos, ahora tamizados por el tiempo, ahora sedados por un incipiente olvido que no termina de producirse.
Pero son unos pocos, esos que comparten la vida con nosotros, los que nos acompañan hoy, los que nos tratan con ternura, los que nos miran con embeleso, los que disfrutan con nuestra felicidad y nos animan para superar nuestros contratiempos.
Sí, son ellos los que nos mantienen ilusionados.
Son ellos los que persistirán en acompañarnos superando todo tipo de tempestades…
Son los que quedan arriba del cernidor, son los que nos acompañan en alegrías y adversidades… Sólo estos constituirán el magnífico legado con el que la vida nos ha premiado de manera tan generosa.
Y es ahora cuando al fin nos damos cuenta que ese reducidísimo número de personas que nos quieren, miman y se desviven por nosotros, son los que merecen que hoy les digamos que las queremos con «con una cordura inmersa en la locura».
Y es este puñado de seres maravillosos que caben holgadamente en la mesa del comedor de casa, por los que ahora merece la pena vivir, sin dejar de dar gracias al Divino Hacedor.
Aún hay tiempo… Tenemos que decírselo, tenemos que hacérselo saber, tenemos que ser agradecidos…
Es la forma de luchar contra los que decidieron amargarnos la existencia.
Aún queda tiempo para la felicidad, aún queda tiempo para sentir la plenitud de todos los cariños, de todos los afectos, de todos los te quiero…
Vamos, anda, ve, corre, hazles saber, que aún queda tiempo para agradecer todo lo que hacen por nosotros…


















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