Cuando uno viaja con hijos adolescentes tiene que ingeniárselas para que cuando visitas un monumento, muestren interés y – al menos – te dejen disfrutar de lo mucho y bueno que hay en el patrimonio artístico español. Pues bien, les voy a contar lo que nos pasó a mi familia y a mí en un viaje a Salamanca que directamente tiene que ver con el título y lo que le acabo de mencionar.
Callejeando por la monumental Salamanca, admiramos sus edificios de noble fábrica, Patrimonio de la Humanidad con el resto de su casco antiguo. No es para menos. Sus muros enseñan maravillas y guardan mucha historia. La piedra esculpida de sus fachadas, de sus claustros, tienen voz propia en imágenes que llaman nuestra atención. Muchas están llenas de sorpresas y de misterios.
Frente a la puerta de la entrada norte de la catedral nueva de Salamanca una mujer mayor, bien entrada en años, medio encorvada, con una amplia sonrisa, se acercó a mi hijo, mirándonos de reojo a mi mujer y a mí para no crear desconfianza, y nos invitó a buscar a un astronauta en esta puerta de la catedral.
Imaginamos que podía ser un truco para observar con más detalle la piedra esculpida. O quizá quiso que mi hijo mostrara más interés que el que consideraba ella que estaba teniendo. Lo cierto es que le despertó ese espíritu aventurero juvenil y se puso a buscar al supuesto astronauta como si no hubiera un mañana. Y lo encontró entre exclamaciones de júbilo mientras la anciana aplaudía con entusiasmo. Pero vimos más cosas. El astronauta está cerca de un dragón que está comiendo dos bolas de helado en un cucurucho, casi nada. Nos fijamos con detalle en lo que teníamos delante. Quien se podía imaginar nada semejante en monumento tan antiguo.
Al ver al astronauta mirándonos de frente imaginamos que lo de los extraterrestres no sólo es fruto de las películas de Hollywood. Y nos preguntamos qué debieron pensar aquellos ciudadanos de hace más de cinco siglos al ver a semejante ser con esa indumentaria tan rara, vestido con ese sombrero tan especial que envolvía toda la cabeza y se veía sólo la cara del desconocido a través de un cristal. Debió de producirles una gran impresión. ¿Se imagina? Y la reproducción que habían hecho tenía gran realismo. ¿O quizá había otra explicación?.
La catedral nueva de Salamanca es del siglo XV. Esculpiendo la piedra los canteros de antaño solían dejar su firma con las letras iniciales de su nombre y apellido o una figura que los definiera y los situara en ese momento. Con motivo de la Exposición “Las edades del hombre” en 1992 el entorno de esta puerta, que estaba muy deteriorada, recibió una gran restauración, recuperando la grandeza de sus pliegues, el detalle de sus figuras. Y algunas cosas más que no se entienden en la mentalidad de ahora. En pleno siglo XXI a nadie se le hubiera ocurrido añadir una escultura, un relieve, una nueva imagen en la puerta de un monumento tan venerado por su excelencia.
Y es lo que pasó. El cantero del siglo XX, Miguel Romero es su nombre, dejó su huella y esculpió dos figuras para tapar huecos que habían quedado vacíos sin saber lo que había con anterioridad. Y puso un astronauta y, cerca, a un dragón que se está comiendo un helado. Alucinante. Lo justificó con que puso dos figuras que tuvieran que ver con el momento actual. Y ahí están. Son muy populares, no lo niego, pero a mí particularmente no me gusta mezclar las cosas ni vulnerar un monumento tan antiguo con un añadido que nada tiene que ver con su origen.