Recurrir a la violencia es la fórmula que emplean los que quieren imponer su voluntad por encima de la razón y el diálogo, siendo estas prácticas propias de los dictadores más férreos.
Se trata de imponer el criterio y las ideas a través de la fuerza, por delante de la razón y la ley.
Son los que pretenden conseguir sus objetivos a través de una falsa mansedumbre, contenido comportamiento, perniciosa amabilidad y desmesurados afectos.
Y esto es lo que están ofreciendo estos mediocres, que no se pararán en barreras a la hora de usar la violencia, sin importarles lo más mínimo las consecuencias que puedan ocasionar sus envenenados comportamientos.
Estos que pretenden imponer su ley por decreto, son los mismos que lloran lastimeramente cuando prueban su propia medicina. Entonces se lamentan entre sollozos porque un gendarme le ha cruzado las nalgas.
Son estos, llenos de todo tipo de resentimientos y complejos, los irreconciliables enemigos de los que trabajaron, se sacrificaron y contribuyeron a construir una nación más rica y próspera, aparcando sus ideas, atemperando el pensamiento, restañando sus heridas y serenando el ánimo.
Son estos vividores sin escrúpulos los que dicen ser los adalides de la paz, la concordia y la libertad, mientras deshojan margaritas y cantan «Bella Ciao» en escenarios levantados con palés en suburbios donde reina la necesidad y la miseria.
Al final, a estos que desean emplear la fuerza como única solución, hay que enseñarles que la violencia puede ser manejada por cualquiera como respuesta a sus desordenadas apetencias y cuando la violencia y la sinrazón contaminan a la sociedad, ésta salta por los aires hecha añicos, produciéndose daños imprevisibles.
No se dan cuenta que la violencia no es patrimonio de nadie, que la puede ejercer cualquier energúmeno, cualquier desarrapado.
El problema se presenta cuando los violentos son los que resultaron violentados y los violentados se convierten en violentos, siendo el imperio de la venganza el que mueve a una sociedad desesperada y entregada a su libre albedrío.
Cuando una vicepresidenta del gobierno insta a los ciudadanos a salir a la calle para rechazar una sentencia dictada por el Tribunal Supremo, se está violentando la independencia de la Justicia, se violenta el espíritu democrático y se dinamita la asepsia necesaria para salvaguardar la razón, la equidad y la verdad.
Si otro vicepresidente del mismo corte y talante animó a rodear el congreso para amedrentar a los diputados… A azuzar a las masas contra la sede de un partido, e incluso contra el domicilio de un adversario y uno más lanza a sus hordas porque las urnas no le han favorecido, es entonces cuando el empleo de la violencia se convierte en un arma mortífera manejada desde el confort de un despacho o el campus contaminado de la facultad low cost de turno, sufragada con los impuestos de los trabajadores, expendedora de títulos devaluados y al por mayor.
Resulta extremadamente grave que una vicepresidenta del gobierno anime a la gente a la rebelión, la desobediencia y al enfrentamiento, resucitando aquel añejo y trasnochado sindicalismo callejero, follonero y destructor del siglo XIX.
¿Qué persiguen estos indigentes intelectuales? ¿Qué persiguen estos asaltadores de cielos de marcada bipolaridad política? ¿Acaso invitan a la mesura, a la serenidad, al orden, a la paz, a la calma y a la aceptación de los principios que deben regir en un estado de derecho? ¿O es que no han aprendido del horror que vivieron sus abuelos?
Estos folloneros están siempre dispuestos a llevar la barbarie a la calle mezclando activismo, sindicalismo, frentismo y revoluciones bananeras, para de inmediato convertirse en ultras vandálicos y primarios.
Sinceramente, gente así da miedo. Da muchísimo miedo, máxime, cuando en lugar del megáfono de plástico emplean los medios de difusión de mayor audiencia.
No por ellos, que son perros ladradores, escandalosas cotorras, o simios cabreados, sino por los que pueden arrastrar a tomar las calles con el empleo de capuchas y pasamontañas, mientras ellos desayunan sándwiches y pastelitos regados con Moët Chandon a costa del proletariado, de los plebeyos y vasallos, que al final, como siempre, serán las víctimas del sistema…
Que de esta gente dependa el gobierno de una nación solo puede ser fruto de una pesadilla.

















