Olor A Zotal

Los que vivimos aquellos años donde se había instalado la miseria en su máxima degradación social, recién acabada la guerra civil, recordamos aquel el olor a pólvora quemada, sangre cuajada y zotal recién desparramado.

Y en medio de estos recuerdos clavados con escarpias en nuestras entrañas, persiste aquel otro nauseabundo hedor que producía la miseria en calles habilitadas en letrinas y parques convertidos en selvas inhóspitas…

Mientras esto ocurría, estaba recuperando el pulso una España que intentaba abandonar las trincheras y escapar de las checas, sin haberse acallado los ecos de los estallidos de los morteros y el metálico repiqueteo de las ametralladoras.

Estábamos dejando atrás momentos convulsos dónde media España se había citado con la otra media en un duelo fratricida, en un duelo a muerte, en donde decenas de miles de cadáveres desperdigados por fosas comunes en camposantos y cunetas, jamás sabrían por qué murieron, aunque hoy sus nietos lo vivan con la intensidad que les permita una febril imaginación.

Se necesitaban ciudadanos de hierro para apuntalar una España en ruina, donde los escombros se señoreaban en las grandes ciudades, como fiel reflejo de la barbarie producida durante tres horribles años y unos años más…  hasta aquel 1931 en el que estalló la Segunda República.

Teníamos el deber, la obligación de restañar heridas, de atajar hemorragias, de reducir fracturas sociales, de sanear pensamientos y empezar de nuevo sin traumas hasta conseguir una nueva Sociedad, ya libre de venganzas, de traumas, de complejos y de horrores.

Durante décadas trabajamos sin descanso, para recuperar el campo, levantar fábricas, descubrir nuevas vías para el comercio, dotar a los nuevos ciudadanos de nuevos estímulos formativos y educativos, potenciar una nueva Sanidad y desarrollar nuevas Leyes Sociales que garantizasen una forma de vida digna.

Era empezar de cero con lo que cualquier logro era un milagro.

Nosotros, los de la Generación de la Posguerra, los de principios de los cuarenta, nos dimos cuenta que los tiempos difíciles crean hombres de hierro, los hombres de hierro crean tiempos fáciles; los tiempos fáciles crean hombres envueltos en tules y encajes, y estos vuelven a crear tiempos difíciles, constituyendo el ciclo de la vida donde la paz es transitoria, la guerra un recurso y la muerte una solución.

Hemos pasado de una generación que empezó en los campos de concentración, a otra que disfrutó de la dulce vida donde la Navidad empieza en octubre, la Semana Santa en febrero y la fiesta no acaba nunca.

Hemos pasado del soldado, del guerrero y del combatiente en lucha con la muerte por sus ideales, al mochilero destructor y al mercenario de dislocada palabrería, parlanchines de suburbio, alborotadores en modo de perro ladrador de rabos entre las patas.

De los novios de la muerte a los amantes de la vida.

Después de medio siglo de la muerte del dictador, gentes que no vivieron ni un minuto aquel militarizado régimen, se dedican a contarnos nuestra propia historia, a contarnos nuestras penurias, a explicarnos nuestras necesidades y nuestras carencias.

¡Hace falta ser atrevidos!

Nos están robando la paz a manos llenas, aquella que conseguimos hace tantos años a la misma voz de «ar» que ahora.

Algunos necesitan oler a sangre, a tragedia, a muerte y destrucción, porque ellos creen que al mismo tiempo que quieren remover tumbas, desean rellenar de nuevo trincheras con francotiradores dispuestos a reventar de nuevo la paz.

Y aquí nos encontramos los octogenarios teniendo que aguantar a estos insensatos hablar de Franco, de La Pasionaria, de Queipo de Llano, de El Campesino o de cualquier desaliñado habitante de campus de amapolas de universidades «low cost»…

Lo que nosotros queremos es vivir, si puede ser, en paz… incluso con aquellos a los que se les olvidó poner en hora el reloj de cuerda o pasar hojas al calendario de pared.

Enrique García-Moreno Amador

Presidente del Ateneo de Ocaña

Escritor y amante de Ocaña y su historia

Tags: El Atril de Enrique García-Moreno

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Enrique García-Moreno Amador

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