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Cuando un español descubrió Persépolis en el siglo XVII

Incluso antes de descubrir Colón América, España tenía buenos marinos, exploradores y aventureros en busca de nuevas tierras y civilizaciones que conquistar. Y después de ese descubrimiento mucho más. Se despertó la fiebre del oro, de emprender nuevos viajes, de descubrir nuevos horizontes con los que – entre todos -contribuir a la grandeza de la Corona y de los designios de España. Entonces, y ahora, unos van de la mano del otro.

Pero también había otros reinos, otros mandatarios, que querían estar a bien con España y su Rey para tener lazos económicos y culturales. Le contaré uno que tiene directamente que ver con este relato.

En 1610 el sha de Persia había estado en Madrid para establecer una alianza entre ambas potencias, la española y la persa, para combatir juntos el expansivo y amenazador Imperio Otomano.

En 1612 el Rey Felipe III decidió corresponder al sha Abbas de Persia visitándole en su tierra y mandó una embajada. Para esta misión diplomática eligió al segedano García de Silva y Figueroa, (Zafra 1550 – Océano Atlántico 1624), que había sido paje de Felipe II y destacado soldado en la guerra de Flandes.

Y así fue, sus naves partieron de Lisboa en febrero de 1614 llegando a Goa en noviembre de ese año, capital de la India portuguesa, entonces de la monarquía española. Por varias vicisitudes que les retrasaron su partida, llegaron a Persia dos años después, tras costear el mar de Omán y atravesar el estrecho de Ormuz. Pero se encontraron con una nueva sorpresa, el sha no estaba en Kazwin, la capital, sino en el Caspio.

Entonces García de Silva tomó una decisión que le hizo ser relevante en la historia, no por esta en sí misma ni siquiera por la misión que le había llevado hasta allí. Ahora verá. Decidió quedarse los meses de invierno en Shiraz para acudir al encuentro del Emperador en primavera. Pero no se quedó ocioso. Era curioso y aventurero. Se interesó por las costumbres del lugar, escuchó a sus sabios, también a los charlatanes, a todo aquél que quisiera contarle hechos y sucesos de las tierras por donde iba investigando con su caballo y él luego haría su composición de todo lo aprendido para contarlo después en la Corte española.

Llegó el día que marcaría su vida para siempre. El 6 de abril de 1618 visitó las ruinas de Takht-e Jamsid. Supo que era una gran ciudad que el tiempo, el abandono y el olvido habían ido enterrando bajo la arena del desierto. Con un estudio exhaustivo determinó que se trataban de las ruinas de Persépolis, situadas a unos 70 kilómetros de Shiraz en el sur del actual Irán. Nada menos, que gran descubrimiento para el mundo, la cultura y el arte.

El diplomático español no quiso callar, necesitaba contarlo y – además de mandar una carta a su Rey – envió otra a su amigo el marqués de Bedmar. El descubrimiento creó sensación en los círculos culturales de diversas capitales europeas. Pero había más, dedujo que los símbolos cuneiformes que adornaban los templos no eran elementos decorativos sino una forma de escritura.

Con los años quiso llevar a España algunos de los tesoros esculpidos en piedra que había encontrado entre esas ruinas. Embarcó en 1619. Retenido de nuevo en India por diversos motivos, se echó a la mar en 1624. Pero él y su tesoro no llegaron nunca a España. García de Silva falleció del llamado “mal de Luanda” y lanzado al mar para su eterna travesía.

Si actualmente sus ruinas son impresionantes, imagine la emoción que se llevaría García de Silva cuando empezó a descubrir sus maravillas. Hoy las recreaciones digitales nos muestran lo que pudo llegar a ser antes de su destrucción, y con sus ruinas nos podemos hacer una idea de lo que fueron. Le invito – además – a que lea este artículo con un mapamundi de su época o se ayude con Google, será la lectura más amena. Cuánto nos cuentan esos mapas antiguos, cuánto aprendimos de ellos de niños en la escuela.

Pascual Rosser Limiñana

Colaborador de «El Consistorio»

Escritor

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