Hace unos días Google me invitaba a que viera un post publicado en el blog del sitio web https://oportuno.online/ que me agradó mucho. Este es un portal de ventas que seleccionan productos a precios muy competitivos. En esa ocasión ofrecían una cámara digital que llaman retro, de esas en formato rectangular que la pantalla se miraba por arriba con dos objetivos en uno de sus laterales. Me hizo recordar muchas cosas, una de ellas que mi abuelo Paco, el padre de mi madre, tuvo una. Claro que la que se vende ahora es una imitación de aquella, pero está muy bien conseguido.
Y con esos recuerdos ha surgido en siguiente artículo sobre el poder del instante, ese que atrapa con una cámara de fotos una imagen en milésimas de segundos y nos permite observar instantáneas para todos los gustos, algunas auténticas maravillas. Pues bien, deje que les cuente más sobre la fotografía, que de eso se trata.
Desde que en 1826 Joseph Nicéphore Niépce logró fijar la primera imagen permanente, la fotografía no ha dejado de evolucionar. De placas metálicas a sensores digitales, de cámaras de gran formato a teléfonos móviles, la tecnología ha transformado las herramientas, pero no la esencia: capturar el tiempo, congelar una emoción, contar una historia en silencio.
En sus orígenes, la fotografía fue recibida como un milagro técnico, pero también con cierto escepticismo artístico. Hoy, sin embargo, nadie discute que una imagen puede conmover, denunciar, documentar o emocionar con más fuerza que muchas palabras. Porque detrás de cada disparo —a menudo espontáneo, otras veces cuidadosamente planeado— hay un acto de mirada y de elección.
Una fotografía no solo muestra: revela. Ya sea el rostro anónimo de una persona en plena calle o un paisaje que nos deja sin aliento, la imagen tiene la capacidad de fijar lo efímero, de elevar lo cotidiano a algo casi eterno. Un clic puede transformar una escena trivial en un recuerdo imborrable o en un documento histórico.
En tiempos de velocidad y saturación visual, la fotografía sigue teniendo un lugar central. No por la cantidad, sino por su capacidad de detenernos, de invitar a mirar con otros ojos. El retrato de un gesto sincero o la luz que atraviesa un valle al amanecer siguen teniendo algo de milagro.
Así, cada fotografía es mucho más que una imagen: es un instante robado al tiempo, una emoción fijada en la memoria colectiva. Un lenguaje sin fronteras que sigue hablándonos, sin decir una palabra.
A su vez, sin cámara no hay instante. La evolución de las cámaras fotográficas ha sido clave para hacer posible ese “clic” que atrapa el tiempo. Desde las pesadas cámaras de madera del siglo XIX, pasando por las compactas analógicas del siglo XX, hasta llegar a las cámaras digitales y los smartphones actuales, la tecnología ha hecho que la fotografía sea cada vez más accesible, inmediata y versátil.
Hoy, una imagen puede tomarse, editarse y compartirse en segundos desde la palma de la mano, pero el asombro ante lo capturado sigue siendo el mismo.