Con nostalgia recuerdo aquellos hoteles, en el mozo relamido y uniformado y tocado con un gorro redondo, aparecía a las puertas del ascensor, y con voz firme y clara decía: ¡Subimos! ¡Era el ascensorista!
Y trasladados a esta rabiosa actualidad parece que en España se haya recuperado la figura del ascensorista en la persona del actual presidente del gobierno, a quien vemos en las puertas del gran ascensor nacional diciendo:
¡Subimos! Para inmediatamente decir…
Subimos la electricidad, el gas natural, los combustibles, los alimentos básicos, los billetes de avión, los impuestos sobre patrimonio, el de matriculación…
¡Subimos! Subimos de nuevo el IVA y baja el interés de los pequeños ahorradores.
Y como consecuencia de todas estas subidas, la gran subida en cascada, la subida por simpatía química de la vivienda , tanto en compra como en alquiler.
Y para apoyar estás subidas generalizadas, también subirán las hipotecas, los préstamos y las tasas bancarias.
Atención a la banca con estas fusiones en busca de monopolios como el BBVA y Sabadell.
Pero para muchos la sarna con gusto no pica.
Pertenecer a un partido político, aunque sea de currito a veces representa al masoquismo en estado puro.
Es el síndrome del súbdito complaciente.
Es la ideología por encima del pan.
Son los militantes jodidos pero contentos.
Es como aquella encuesta que se realizó a las puertas de la ciudad universitaria donde se preguntaba a los estudiantes, que para qué servían las escaleras y la respuesta del 97 % fue: ¡Para subir! Ahora solo falta inventar otra escalera que se utilice para bajar.
¿Para qué sirven estos gobernantes? Para gastar a troche y moche y subir impuestos hasta convertir a los ciudadanos en unos tiernos y generosos pagafantas .
Estos políticos son tan ahorradores y respetuosos con el medio ambiente que sólo montan en bicicleta para hacerse la foto con el coche oficial de 300 caballos aparcado a 20 metros.
Cuándo vea al presidente viajando en parapente y a sus ministros en patinete me creeré su peculiar ecologismo.
Cuándo los sueldos de los diputados y senadores estén en consecuencia con la productividad y sus cotizaciones a Hacienda y la SS sean equiparables al resto de los españoles, y haya un control exhaustivo de su enorme absentismo laboral, entonces, solo entonces esta gente se ganará mi admiración, consideración y gratitud.
Mientras tanto seguirán pareciéndome unos cantamañanas de tomo y lomo.